¡Viva las Vegas! O Torremolinos redux

Punto 1: Uno de los principales mitos del modernismo es la idea del progreso. Según este, la linea temporal histórica sigue un desarrollo constante y ascendente, y por tanto,  somos considerablemente más civilizados que, pongamos por caso, hace cuarenta años. Esta manera de entender la historia tiene evidentes puntos fuertes -no nos morimos por culpa del escorbuto y las mujeres podemos votar en una gran cantidad de países-, pero también puntos débiles. Y a eso, queridos lectores, se le llama involución.

Punto 2: Vivimos en una ciudad que progresa adecuadamente. Ese es el pensamiento habitual que tenemos los ciudadanos que habitamos Barcelona. Nuestra morada está bien, sufre un poco la crisis pero hay actos culturales, civismo a punta pala y a la gente le gusta porque es una ciudad amable, un poco cara, pero cosmopolita, abierta y que mira al mar.

Ah, el mar.

Hace menos de un año, el cambio de gobierno en Catalunya y la capital paralizó uno de los planes urbanísticos más importantes de la última década. Después de la remodelación que supusieron las olimpiadas y la puesta a punto del Fòrum, los últimos tres años habían significado la preparación para la apertura del Paralelo al mar y la reestructuración completa del puerto y la zona Franca. Las señales estaban todas ahí: el ayuntamiento había apoyado la reapertura del Molino, se hablaba del Paralelo como de un boulevard afrancesado, y se habían instalado negocios que apuntaban a la gentrificación del barrio de Poble Sec.

Y entonces cambió el gobierno.

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Madonna y un símil fallido

Hace poco más de una década, cuando Madonna sacó el disco Music, fue portada de la revista Rolling Stone-en todas las ediciones-. Allí, Madonna salía vestida con falda escocesa, sombrero de cowboy e iba estupenda, después de su regreso triunfante con su anterior trabajo, Ray of Light. Su nueva cabellera rubia ondeaba al viento y su rostro era firme y seguro porque había ganado .

Pero además, Madonna hacía declaraciones. Corría el año 2000, y empezábamos a vivir el auge de lo que acabó conociéndose como el «pop frívolo» y Madonna sentía que se podía quejar. «Todas estas chicas, cantando sobre tonterías», dijo, hablando de Britney Spears, Christina Aguilera. «Que alguien vuelva y reinvente el punk». Ay, cariño. Ay, Madonna.

Pero esto no es una crítica musical. Ni siquiera hace las veces de una crítica cultural: los dos párrafos anteriores son un símil. Un símil frívolo, cierto. Pero aquí va: en este símil, el status quo de partidos catalanes es Madonna, y la sociedad civil es la carcajada que soltamos todos cuando a los tres años de estas declaraciones se dio unos besos  en la gala de MTV con Britney y Aguilera, alternativamente. Donde dije digo una cosa, hago otra. Donde lo que está mal, está bien simplemente porque el mundo no se adecua a mi programa. Donde uno se sube al carro porque nadie tiene memoria y total, la socialdemocracia se la llevó el viento y resulta que ahora «se ha acabado el todo gratis» (Xavier Trias dixit).

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Del Paralelo y el puerto

Un breve inciso

En los últimos meses Barcelona está cambiando mucho. Igual a usted no le parecerá, si es de los que cree que el mayor cambio que ha vivido la ciudad hasta ahora fue el hito -o desastre, según el carácter ideológico-, que supusieron las olimpiadas en 1992, la marca indisoluble de un antes y un después en la ciudad. Pero así es: Barcelona está cambiando mucho. Quizás no a simple vista, es cierto. Pero sí en ciertos parámetros fundamentales, que acabarán -como acaba todo- permeando a lo físico.

Mientras usted lee y mientras yo escribo -en este plano temporal variable que nos relaciona a los dos-, en Barcelona hay alguien dividiendo el asfalto, los barrios y los despachos en “esto para ti” y “esto para mí”. Barcelona, mientras ustedes y yo hacemos nuestras cositas, está siendo repartida como un melón maduro. A eso se le llama “cambio de sistema político”. Y hacía muchísimo tiempo que no afectaba a la ciudad como lo hará.

Porque, por si usted ha estado desconectado del mundanal ruido que representa la política y la realidad local, en Barcelona hemos vivido unas elecciones. Y cuando unas elecciones implican un cambio de gobierno en el Ayuntamiento, la Generalitat y la Diputación -los tres nodos que determinan la vida política de los barceloneses, en mayor o menos medida-, lo acabamos notando todos.

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