fireworks2

Me dice R. que los textos de fin de año que hay por ahí son tristes y apocalípticos. Vamos a cambiar un poco eso, si es que se puede.

Leyendo todo lo escrito por aquí desde que este espacio tuvo vida inteligente (por decir algo), se me ocurre que hay mucha sangre y, parecería, mucha inmolación, aunque sea figurada. Nada más lejos de la realidad. Nunca he escrito con mayor tranquilidad aquí que durante este 2013.

Finaliza un año llenísimo de cosas con la tremenda suerte de saber que cada vez pasa más gente por aquí, y que quien pasa, lee.

Hoy he encontrado un poema de una escritora que me descubrió K. en abril de 1999, Ruth Padel. Jamás logré encontrar el poema original que copié en una libreta, «Being late to meet you at the station», una especie de celebración de la anticipación de lo que está por venir. En su defecto, aquí está Time to Fly:

Say goodbye to the might-have-beens –
you can’t step into the same river twice.
You go because hope, need and escape
are names for the same god. You go
because life is sweet, life is cheap, life is flux
and you can’t take it with you. You go because you’re alive,
because you’re dying, maybe dead already. You go because you must.”

Feliz año a todo el mundo, y que sea tiempo de volar.

During the tran…

During the transition from industrial capitalism to cognitive capitalism, human subjectivity is invested by the cognitive immaterialization of production, as the precarization and fractalization of labor are provoking a deep mutation of the psychosphere which resonates with the technological and cultural becoming. This mutation is not a linear process, as the different levels of human activity (cultural, psychological and neural) do not change in unison.

Bifo Berardi, The Mind´s We, The Psychopathologies of Cognitive Capitalism: Part One., vía http://archifossil.tumblr.com/

Aquello que conocimos como A.M.O.R.

Un lunes cualquiera en la masión Gaga

El amor está en boca de todos y ni siquiera es primavera. Das un bandazo y hay alguien hablando de amor. Se habla del amor que cura, del amor que enferma. Del amor que te saca de ti mismo, del que te ensimisma. Del amor de madre, del amor de hijo, del amor a Dios, del amor erótico, del amor romántico, del amor fatal. Se publican ensayos que analizan el amor (Por qué duele el amor, de Eva Illouz; Un nuevo amor,de Mercedes de Francisco) y novelas que lo desmitifican(Romanticidio, de Carolina Cutolo). Se deconstruye el amor monógamo (poliamor) y se reinterpreta su significado (#hamor).

Esta semana, sin ir más lejos, las IV Jornadas Filosóficas de Barcelona se presentan bajo el lema ‘Amor subversivo’, con ponentes de la talla de la filósofa Catherine Malabou, la socióloga Eva Illouz, el escritor Eloy Fernández Porta y el director de cine Ulrich Seidl. En ‘Amor subversivo’ se pondrá sobre la mesa qué es el amor, ¿una emoción, un modo de percepción, un pensamiento, una práctica? Se plantea la pregunta, además: ¿cuál es actualmente su fuerza subversiva, a nivel subjetivo y colectivo? Siguiendo el hilo de las jornadas, analizamos algunos de los discursos contemporáneos del amor.

1. El amor mola (como potencia disruptiva). ¿Cómo no va a gustar el amor? Te genera euforia, te altera, te saca de ti mismo y, si juegas bien tus cartas y das de beber a quien tienes delante, te da placer. Pero el amor tiene también una capacidad alteradora y subversiva, de ahí el título de las jornadas. Según esta visión, el amor puede romper la jerarquía y el orden social (que les pregunten a Romeo y Julieta), es igualitario (nos pasa a todos) y trasciende fronteras.

El amor es el vínculo social, el pegamento que nos une y que puede sacar lo mejor de la comunidad en momentos difíciles. Pero el amor es también disruptivo para nuestro propio cuerpo y cerebro. Según Catherine Malabou, “el afecto, de alguna manera, lo despierta y lo revela. Podemos hablar, entonces, de una verdadera sexualización del cerebro”. El amor nos chala a todos, neuronas incluidas.

2. Pero el amor duele. Siempre ha dolido. No eres tú solo escuchando canciones malas a las tres de la mañana con una botella de algo intragable en el sofá. El amor duele universalmente, en su totalidad, siempre. No hay amor inocuo ni profiláctico. Hay muchas razones para explicar esto –la falta de correspondencia, la proyección del deseo, la anticipación…–, pero la socióloga Eva Illouz va más allá y pone sobre el tapete lo siguiente: el amor no sólo duele, sino que en nuestra cultura secular nos humilla porque no estamos dispuestos a aceptar ese dolor.

A diferencia, por ejemplo, del amor cortés en el medioevo, cuando el sufrimiento era una prueba de identidad y un rito de paso cultural que fortificaba, ahora el dolor y la debilidad no se contemplan en una cultura utilitaria como la nuestra, que va en busca del placer. Así, si algo duele, es inútil, mina nuestro sentido del ser y debe ser descartado.

La clásica frase de tu amigo/a “tú no tienes por qué soportar esto” es estrictamente contemporánea, y hemos creado los mecanismos para contrarrestar esta sensación. Si el amor duele (y siempre duele), nuestra cultura nos enseña a pasar de ese amor y generar otro.

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Sis

Vosaltres

Anàveu carregats de llavors negres

D’on vau tornar que no vau veure?

D’on vau tornar?

 

Perquè éreu massa a prop de la destrossa

Enlloc se us va sentir la febre de la terra

Enlloc se us va sentir

 

Tranquils

Tranquils vosaltres que diguéreu por

Tranquils que no direu que ho sabreu tot

 

Malaguanyats vosaltres

Agenollats vosaltres

 

Indiferents vosaltres.

 

Ajusticiats aneu als versos,

que és una trampa de la neu

alçada per penjar-hi pell.

 

(Albert Balasch)

La nueva fórmula: chica joven + estereotipo cultural = polémica

Infografía Twerking

Infografía Twerking.

Hubo un tiempo en el que nos gustaban las galas porque ofrecían una ocasión inmejorable para comparar vestidos de lentejuelas, ver quién agradecía a su representante y comprobar quién iba tan colocado de pastillas que ni se inmutaba cuando perdía o ganaba un galardón. ¿Alguien se acuerda? Daba igual que fueran los VMA, los de MTV o los Grammy. Eran galardones de la industria musical, no hacía falta saber mucho más.

Pero en los últimos meses se ha ido instaurando una nueva fórmula. Es sencilla pero efectiva y dice así: chica joven + estereotipo cultural = polémica. Y de repente, todos empezamos a distinguir qué pasó, cuándo, dónde, y de un día para otro, teníamos todos una opinión sobre qué demonios está intentando hacer Miley Cyrus esta vez, eh, qué demonios.

Esto tiene que ser ofensivo para alguien

En cinco minutos y con unas bragas color carne, Miley Cyrus nos introdujo en el twerking[Wikipedia: un tipo de baile donde el bailarín, normalmente una mujer, sacude las caderas en un movimiento de rebote arriba-abajo que provoca que sus glúteos tiemblen]. Y parecía que era cosa de ella, pero poco después nos enteramos de que era un baile de origen africano, readaptado e introducido en Estados Unidos desde Nueva Orleans. Aquí se reabrieron los debates: ¿era empoderamiento?, ¿era machismo?, ¿era racismo o que molaba?, ¿a quién ofendía y por qué?

El asunto se habría quedado en anécdota si no fuera porque Katy Perry tomó ejemplo y sacó todo su arsenal en forma de barroco asiático en los Premios American Music Awards.

Enfundada en un supuesto kimono –que en realidad era una versión del traje chino cheongsam, modificado para enseñar muslo y pechuga–, su espectáculo recorría varias ceremonias niponas, cultura sobre la cual había declarado días antes: “Estoy obsesionada con esa gente, los amo, son tan monos que me gustaría quitarles la piel y llevarlos puestos como si fueran un Versace”. Frase que, intencionadamente o no, define exactamente la naturaleza del apropiacionismo cultural en el pop.

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