mis recuerdos son de mármol

el mármol gris del mercado de l’albaceria central

las migas de bacalao

yo me sentaba a esperarte en un bar que me parecía auténtico

el mármol del bar Almirall

una barra espléndida, curva, suave al tacto

(toco las cosas como lo hacía Teresa Goday de Valldaura, para apropiarme de ellas)

el mármol antiguo

me da sensación de continuidad,

de que sigue siendo mi ciudad. El mármol

antiguo

y no todas esas vermuterías hipsters.

 

No soporto quedar en sitios nuevos en Barcelona

 

revisito los espacios de mis antiguos amores

bar centre

almirall

canigó

sant agustí

jamás esos nuevos

herejía

 

por el cementerio de mis mármoles me siento viva

turista de mi propia dulzura

aquellos amores idiotas que no salvé

sino que los hice embalsamar como esas viejas locas que embalsaman a sus perros de lanas

y dicen “mira què maco el Terry, què tranquil”

cuando en realidad le han quitado los colmillos y el alma a la bestia

y así cualquiera,

amiga,

así cualquiera.

S.

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“Habíamos ganado una guerra…”

…y ya estás tú poniéndote romántica, pero sí, la habíamos ganado y Silvia cantaba bajo los fluorescentes algo de Luis de la Pica y la pin up no daba crédito. Ay te quiero / pero me da miedo y el carmín en los labios, las madres ya en casa y las otras buscando marido, eso te pasa por buscarlo, que no encuentras, tonta más que tonta, guapa más que guapa. ¿Has probado a soltarle dos buenas hostias a aquel mequetrefe? No era un pichinley, era un atontao, mira, aquí viene otro. ¿Otro qué? Pues otro atontao, qué va a ser. Un día te contaré la historia más triste del mundo pero hoy no, que hoy nos reímos, mira, ahí va otro, esto está lleno de atontaos que parecen hombres, ese no es para ti, y ese tampoco. Ese está bien, fondo claro, buena gente, hay que limpiarlo un poco por dentro, pero buena gente, ya verás, ya verás que el pino lo aclara todo, todo lo que se puede aclarar, dice con los ojos más puros del mundo la tía, la más guapa del mundo, la tía, qué tía.

Vamos al mar que la sal escuece pero cura, vamos al mar. No siento que te vayas /lo que siento es que te lleves /las tiritas de mis entrañas.

“Creo que voy a escribir algo” “¿Sobre qué, loca?” “Sobre ti, sobre qué va a ser”. “Mira, a mí déjame en paz que suficiente tengo con lo mío” y ahí van los fluorescentes del mercado de sant antoni y ya no hay chicos con patillas, solo grandes mujeres y allí va Silvia Cruz con la voz más bonita del mundo y al final resulta que habíamos ganado una guerra y habíamos vuelto ya con los jazmines de la alameda, ay en las azoteas, la luna ya no está triste, jara y jazmines en la alameda.

Nos caemos tan bien

.

Pretendían escribir un libro sobre nosotros.

Así empieza lo siguiente en este julio extravagante.

las uvas sobre la piel, el viento suave, alguien nos dejaba frambuesas en la puerta de aquella casa vacacional y yo me encerraba en el baño a hablar por teléfono.

He tenido dos casas, veinte pares de zapatos, ochenta facturas, ningún jefe y un puñado de gaviotas en este Madrid dónde las estaciones son estaciones y los pavos solo aparecen una vez al año.

Cosas que ya no hago: beber, vestir de negro, peinarme, fumar, pasear por las zonas de moda, responder al teléfono, disculparme.

Cosas que volveré a hacer: caminar por la playa, escribir, dormir hasta las once, hablar en inglés (es ya tan temprano otra vez).

Los finales felices no son para cobardes. Así termina este julio feliz sin retratos.

1-That-Obscure-Object-of-Desire

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(El día que nos vayamos se lo diremos a todo el mundo)

Being late to meet you at the station

 

 

That God-is-Light smile of your arms

One second before

I’m in them.

Your eyes, having nearly

Given up, lit up

As mythical

As Regent Street.  A satyr

Reeling at the discovery of honey.

Your mouth,

Tasting of the breath

Of greenhouses. The sap.

The open stamens. Clorophyll.

(Ruth Padel)

Abril, 2014

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Uno

Antes del día uno hay un día cero, todos lo sabemos, pero el día cero es tan enorme, tan palpable, que no debe ser nombrado, así que: día uno.

“Los acontecimientos (son como polvo): atraviesan la historia como exhalaciones sucesivas. Tan pronto se vislumbran sus resplandores, la noche los absorbe”, Fernand Braudel.

Dos

Hace muchos años cuando todo esto era otra cosa, en 1995, salió el número 14 de Naufraguito: “Abril, mes cruel”.

El polvo de galaxias peinado por el viento, nuestros huesos desnudos, todo ahí, en ese 1995, abril.

Tres

“El entierro de los muertos”, el poema de TS Eliot que abre La tierra baldía habla del dolor que conlleva volver a sentir después de una hecatombe. El olor de la esperanza, la planta que vuelve a la vida después de la nieve.

Que nadie tome esto como una metáfora de los brotes verdes.

Cuatro

Me regalaron un espejo que metí en un armario para no ver una imagen deformada. No lo tiré.

Cinco

Mientras todo lo atroz pasaba, A le pedía a B que fueran a tomar algo, hablaban de canciones y se enamoraban. Cómo podía pasar todo eso. Cómo podía haber caléndulas en flor, un manto de algas en el mar de Irlanda, cómo nacían niños, cómo chocaban planetas, cómo era posible todo eso en medio de tantas tragedias.

Seis

Rubén Martínez me pasa un texto de Richard Rorty. En las páginas 33-34 del texto, se cita a TS Eliot y el bien cristiano. Después aparece el núcleo de la argumentación del texto:  “[es necesario] asumir que lo que más te importa en el mundo es algo que bien puede ser que nunca importe demasiado a la mayoría de la gente. Tu equivalente de mis orquídeas siempre puede parecer extraño o idiosincrático a prácticamente todos los demás. Pero esta no es razón para avergonzarse”.

Siete

Una de mis frases favoritas es de Jenny Holzer: “He estado ahorrando mientras tú gastabas”. Me gusta decirla y recordarla sabiendo que no es literal.

Ocho

Pero la gente olvida a menudo el poema Miércoles de Ceniza, de TS Eliot, tras su conversión al anglicanismo. Allí habla de la aridez ante la falta de fe y su lucha por recuperar el entusiasmo:

y porque sé que no conoceré
la única veraz potencia transitoria
puesto que he de beber, ahí,
donde florecen los árboles y las vertientes fluyen,
porque otra vez no hay nada.
Porque yo sé que el tiempo es siempre tiempo
y que el lugar es siempre y solamente un lugar
y que lo que es actual lo es sólo en cierto tiempo
y para un solo lugar
me alegro que sean así las cosas
y renuncio

Nueve

Me prestaron un libro de Albert Balasch que tiene los mismos ecos

Vosaltres
Anàveu carregats de llavors negres
D’on vau tornar que no vau veure?
D’on vau tornar?

Diez

Pedí prestado ese libro intentando ver si probaba el llamado “Efecto Ben Franklin”, que me explicó Daniel López Valle: según un experimento seguido por Franklin, una persona que ha hecho un favor a alguien, es más probable que sienta más empatía por esa persona que si hubiera recibido un favor de ésta.

 

* * *

 

¿Qué demuestra todo esto? Nada. Pero siguiendo la idea inicial de Braudel, los acontecimientos no son nada sin aquello que los une. Puro fuego fatuo, anécdotas en el camino. Somos todo lo que somos, ese éter, ese líquido amniótico, somos todo esto y más.

Ya volvemos a la ribera de la risa, amor. Ya volvemos. Espéranos, esperadnos todos. Volvemos con el canto, volvemos cargados de lo que hemos construido en todo este tiempo. Míralos, a aquellos que no sufrieron la nieve, tan distintos. Míralos, a ellos no se les descongelan las hojas. La brecha nos unió, nos hizo fuertes. Nosotros, los de ahora. Nosotros queríamos un himno que nos hiciera fuertes,

¿Acaso no nos ves, agazapados, dispuestos a reírnos? Yo sí.

¿Acaso no ves el puño abierto, la cantera, la frivolidad asomando? Danos, por favor, el derecho a la frivolidad, devolvednos la risa, la ribera de esa risa. Estamos cansados de estar tristes y preocupados. Ya volvemos a bailar, espérame en la ribera de esa risa. Que no te moleste la carcajada, no dejes que te moleste, recuperemos la oportunidad de volver a decir que lo que importa es la risa.

Dádnoslo todo aquí, en la hora de nuestra vida.
Dádnoslo todo aquí, es la hora de nuestra vida.

 

(publicado originalmente en Nativa)

El hueco en el corazón

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Coney Island, Garry Winogrand

Igual mucha gente no lo entiende, igual a la mayoría les parece frívolo, pero yo me acuerdo de cuando comíamos fuera de casa. Es de esas cosas que casi ni se notan, nunca hubo un día en que nos diéramos cuenta, fue uno de esos lujos que desaparecieron. Ya sé, con la que está cayendo, qué tontería.

Mi amiga escribe un artículo sobre nuestro mundo hace tres años y he estado a punto de no leerlo. Es una estrategia que aprendimos  muy lentamente, pero una vez que se instaló no hubo vuelta atrás. No mirar, no leer, no decir. Si lo nombras, existe. Si lo relatas, pasó. Porque una vez ella escribió sobre el hueco que deja el hueso de las cerezas en el lugar del corazón y después quién olvida eso, eh, quién lo olvida.

El hueco.

Una vez nos subimos a ese barco oxidado, el del fondo, y miramos cómo se iban los turistas del puerto, esas cosas hacíamos, como adolescentes, o sí, no sé, no te sabría decir. Cruzamos el puente, olía a higuera, a sardinas, a todas esas cosas a las que huele cuando uno está bien, o está vivo, o al menos no está muerto porque las cosas huelen. Así éramos, así nos iba.

Se lo cuento a otra amiga y hace un chiste. Cuando se instaló esto que a veces llamamos el aire de posguerra, esta otra amiga, ingeniosa, dijo: «Cómo no va a haber libros de zombis, es literatura realista». Me río. A veces pienso que nos pagan por el ingenio. A veces ni eso.

Comíamos fuera, de vez en cuando, y los amigos estaban en la misma ciudad. No había mapas de suicidios, pienso, alguien tiene que hablar de los suicidios, y de todas esas muertas, cada vez más, y de la valla en Melilla, y de por qué Catalunya tiene el récord en órdenes de deshaucios. Pero entonces pienso en el hueco, en qué se hace con el hueco, cómo hacer para no mirarlo de frente, cómo hacer otro chiste para dejar pasar todo y poder hablar sobre todo lo demás.

Y entonces pienso en cuando comíamos fuera y no sé si nos metimos en casa o nos echamos a la calle porque nos hicimos mayores, o porque vino el apocalipsis o porque la clase media se empobreció y ahí sí que nos manchamos o porque todas aquellas personas que echo de menos se fueron de la ciudad. Algún analista hablará del exilio interior sin saber de su color parduzco, de la miseria de la falta de risa, pero olvidarán el hueco en el lugar del corazón.

Hoy durante un momento me he acordado de todo aquel vocabulario que perdimos, los vasos de cristal a mediodía, el olor a higuera, las tardes sin hacer nada y sin culpa, sólo viviendo. Hoy no quiero hablar de lo que vino después. Queda el hueco. De lo otro no quiero hablar.

(publicado en eldiario.es)