Un breve inciso
En los últimos meses Barcelona está cambiando mucho. Igual a usted no le parecerá, si es de los que cree que el mayor cambio que ha vivido la ciudad hasta ahora fue el hito -o desastre, según el carácter ideológico-, que supusieron las olimpiadas en 1992, la marca indisoluble de un antes y un después en la ciudad. Pero así es: Barcelona está cambiando mucho. Quizás no a simple vista, es cierto. Pero sí en ciertos parámetros fundamentales, que acabarán -como acaba todo- permeando a lo físico.
Mientras usted lee y mientras yo escribo -en este plano temporal variable que nos relaciona a los dos-, en Barcelona hay alguien dividiendo el asfalto, los barrios y los despachos en “esto para ti” y “esto para mí”. Barcelona, mientras ustedes y yo hacemos nuestras cositas, está siendo repartida como un melón maduro. A eso se le llama “cambio de sistema político”. Y hacía muchísimo tiempo que no afectaba a la ciudad como lo hará.
Porque, por si usted ha estado desconectado del mundanal ruido que representa la política y la realidad local, en Barcelona hemos vivido unas elecciones. Y cuando unas elecciones implican un cambio de gobierno en el Ayuntamiento, la Generalitat y la Diputación -los tres nodos que determinan la vida política de los barceloneses, en mayor o menos medida-, lo acabamos notando todos.
Un espacio extraño
Mientras se pactan concejalías y jefaturas de distrito, hay un lugar paralizado, que vive un paréntesis extraño. Imagínenselo como el explorador metido en la olla de los caníbales de un cómic de cuando aún se dibujaban caníbales. Está ahí, pero el agua está fría. ¿Se lo van a merendar? ¿Alguien le perdonará la vida? Así está el Paralelo, el puerto y los muelles de la costa.
¿Cómo? El Paralelo, vale. Los muelles de la c..¿qué? Sí. Una vez pasas la estatua de Colón, más allá del World Trace Center, hay vida. No es una vida como ustedes y yo la entendemos, pero ahí está. No hay tiendas, no hay cafeterías, y prácticamente no hay nada más que barcos, muelles y un bar para los estibadores. Es una zona de trabajo y poco más. Es casi un No Lugar, si asumimos la definición clásica de Marc Augé:
“Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un No Lugar”. Son ejemplos evidentes de No Lugares las autopistas, los aeropuertos o las habitaciones de hoteles. Son lugares transitorios, teóricamente desvinculados de referentes.
Un poco de historia
A nadie le parecerá radical afirmar que el gobierno de Barcelona hasta ahora ha aborrecido los No Lugares. La necesidad de vincular cualquier espacio de la ciudad con un referente identitario nos ha traído la ciudad que conocemos. Todo espacio es identitario y lleno de significado. Es el caso, evidentemente, de Las Ramblas, pero también del puerto de la Barceloneta. Es el caso del concepto “ravalejar” -que aún sigue generando estupor ¿un barrio? ¿cómo verbo?- o la transformación de la costa de la playa Icaria -antes, solamente una playa- en El Port Olímpic. La transformación de un No Lugar -o un lugar desvinculado de referentes- se ha realizado siempre en Barcelona mediante grandes obras públicas, casi siempre con eslóganes. “Barcelona Posa’t Guapa”, “Obrirem la Ciutat al Mar” y demás. Y en el rechazo al No Lugar, el Ayuntamiento de Barcelona, considerándolos focos infecciosos, extirpó también los barrios colindantes.
Ante esto, algunos barceloneses tomaron los barrios en proceso de resignificación como espacios de resistencia. El rechazo a las reformas llegó como algo natural entre los vecinos de los barrios afectados y fue muy respaldado entre un sector cada vez más mayoritario de la ciudadanía, agotada ante tanto lavado de cara. Fue el caso de zonas desangeladas del Poble Nou (antes de ser convertidas en el limpio y aséptico distrito 22@) y la llegada de la Diagonal hasta el mar, a la que se le suponía la vocación de oxigenar un espacio muy degradado, limítrofe con Sant Adrià. No eran No Lugares estrictamente hablando, pero después quedó claro que necesitaban una reforma especulativa y ser dotados de identidad para su venta: así, llegó el 22@ y el Fòrum de les Cultures.
El pedazo de pastel
Una vez terminado ese último desatino, el ayuntamiento puso la vista en el Paralelo. ¿Cómo no lo habíamos pensado todos antes? El Paralelo, en el siglo XIX estaba llamado a ser el gran boulevard de imitación parisina, pero había acabado siendo lugar de vedettes de cuarta y villanos de quinta. Y, además, está junto del mar en una zona cada vez más codiciada urbanísticamente por la gran afluencia de turismo que ha acabado siendo el principal motor económico de la ciudad.
Entre 2005 y 2010, lo único que ha crecido exponencialmente durante la crisis ha sido el funcionamiento del puerto -especialmente en las exportaciones y en la llegada de cruceros según declaraciones de Sixte Cambra, presidente de la Autoritat Portuària-. Tras ver en qué ha quedado la Gran Ciudad del Conocimiento del 22@, es decir, en nada, se inició el proyecto de rehabilitación del Paralelo, su apertura al mar y su reubicación como zona atractiva con un primer proyecto de ley.
Pero antes, se realizaron los pasos previos, con el establecimiento de unos cuantos buques insignia: la remodelación completa de El Molino, el establecimiento la SGAE en el antiguo Scènic y el Arnau como nuevo equipamiento cultural.En lo que parecía un leve deje anecdótico, Ferran Adrià -que, como todo el mundo sabe, jamás da puntada sin hilo-, inauguró su nuevo restaurante 41º en el Paralelo. Pero en Barcelona las casualidades no existen: la nueva campaña urbanística venía fuerte, y más teniendo en cuenta que la reforma integral del Paralelo desembocaba por un lado, en el mar, y por el otro, en la plaza de toros de las Arenas, reconvertida para la ocasión en un centro comercial. Como broche, en la inauguración del nuevo Molino en 2009 flanqueada por el alcalde Jordi Hereu, su dueña, Elvira Vázquez, asumió el reto de “lavarle la cara al barrio” para “que pasen cosas”.
Comenzaba, pues, oficialmente una nueva campaña sin la oposición explícita de CIU, que se vería cortada primero por las elecciones autonómicas de 2010, el primer gran varapalo del PSC, y la debacle total hace solamente unos meses en las locales. Y hasta aquí hemos llegado. Con el cambio de gobierno, la reforma quedó paralizada hasta que el President de la Generalitat Artur Mas y el Alcalde Xavier Trias decidan qué quieren hacer con ese pedazo del pastel. Eso sí, este agosto Barcelona batió el record anual de cruceros. Algo me dice que el proyecto seguirá adelante.
(Publicado en el número de agosto 2011 en la revista Barcelonés)