Hace un par de meses me llegó un mail tímido. Los mails tímidos suelen serlo porque en realidad detrás hay personas muy atrevidas. En este caso se trataba de algo firmado por un tal Colectivo de Havilland, con una larga explicación previa. Todo para, ¡ajá! un atrevimiento: querían un texto que tratara sobre la bibiofagia.
Cómo resistirse.
Después nos conocimos y resultó que el Colectivo eran personas muy agradables con muchas ganas de hacer cosas, como, por ejemplo, un fanzine que se llama CLIFT dónde sale el texto que va a continuación. De Havilland y Clift, Olivia y Monty, hay que ser fan.
Bibliofagia, un testimonio.
«Chapter 8, Dinner With the Vampire:
Is there something wrong with your food?»
No, I’m just not very hungry.»
You’re going to break my heart, aren’t you?”
Christopher Moore.
Devorar libros no es sano, es imposible que lo sea. El pervertido que dijo eso debería venir a casa a ver como estamos en estos días. Seis estanterías llenas de maravillosos incunables (¡una primera edición de Penguin de Bajo el Volcán de Malcolm Lowry! ¡Todos los tomos de El Hombre sin Atributos!) pero también errores de una noche de tamaño garrafal, de esos de salir corriendo por la mañana sin mirar atrás (Erica Jong, sal de mi vista para siempre). No, querido lector, devorar libros es un problema de los que exigen rehabilitación. No nos engañemos: más que una filia es un desorden alimenticio.
Por tanto, para escribir este texto he tenido que ahondar en lo más profundo, con terapia de método regresivo. Recuerdos traumáticos eliminados y demás. He aquí mi confesión, abierta en canal y con apartados y todo.
1. El principio del placer:
A ver, que leer mola demasiado está claro. Yo descubrí la lectura a una edad muy temprana como método de evasión de absolutamente todo. ¿Tienes seis años y te obligan a bañarte? No sin un tebeo. ¿Te deja tu novio en la adolescencia? Entierra la cabeza en las hermanas Brönte -en su obra, no se confundan-. Ese fue mi modus vivendi y sigue intacto hasta hoy. La gente habla de las series de televisión como método de alienación colectiva. Insensatos. ¿Cuanto puede durar Los Soprano vista durante doce horas al día? ¿Una semana? Además, el libro te lo puedes llevar al bar. Y no tienes por qué hablar con nadie de él porque es prácticamente imposible que dos personas estén leyendo el mismo libro a la vez. Es el vicio perfecto.
2. La bulimia:
Pero vamos a lo duro. La bibliofagia se asocia especialmente con el desorden bulímico. Devorar libros implica que en algún momento has tenido mucha hambre o mucha gula. Dejemos de lado esa imagen romántica del adolescente que “no puede parar de leer a Proust y le cambió la vida”. No. Esto es mucho más sucio. En ocasiones, “se te va de las manos”, te acabas “pasando de la raya”. Valgan estos dos eufemismos de adicto para hablar los libros comprados en mercadillo que jamás leí, las sagas en tapa blanda acabadas en dos días y las biografías de cuarta categoría que, una vez digeridas, daban tanta vergüenza como la masturbación adolescente un segundo después de completarse.
Pero eso tiene un subapartado peor. Sí. Cuando un adicto no puede pagarse el hábito, ¿qué hace? Ponerse a trapichear. Sí: yo fui lectora profesional. Hice de la bibliofagia un TRABAJO. Leí como si no hubiera mañana, justificando que era “por dinero” las bazofias más infames para que ustedes no tuvieran que hacerlo. Como cualquiera que ha descendido al lodo, me gustaría dejar de lado mi etapa más oscura, pero esto es una terapia, así que ahí va: Tuve que leer la autobiografía de la modelo de lencería Katie Price. Sí, y ahora dejémoslo, no quiero recordar más. Me hace daño.
3. La anorexia
Pero la bibliofagia tiene también otros peligros. Si entendemos, como hace la filósofa Joyce McDougall que los espacios son como una extensión del propio cuerpo y aplicamos esa teoría a los libros, el enganche también puede pasar por la privación. Pasar hambre puede ser una droga muy dura. El anoréxico no se niega a fagocitar porque no le guste comer, sino porque le gusta en exceso. Así que sí, ha habido períodos de inapetencia forzada (“no, no veo nada que me guste en la biblioteca municipal” “Bah, todos escriben lo de siempre”). Pero eran todo PATRAÑAS. En el fondo, todo lo que siempre deseé fue un buen atracón.
4. El fetichismo
Lo reconozco, no forma parte de mis filias bibliofágicas. Sé que hay gente que se desvive por un buen lomo (ojo al chiste), pero a mí me da igual si el libro tiene una portada bonita o no, si las páginas son gruesas, si la tipografía es holandesa. Obviamente, si la edición es cuidada lo agradezco, exactamente igual que aprecio un bonito mueble pero ni se te ocurra contarme algo de diseño de interiores que saldré gritando de aburrimiento. Con los libros, igual. No me importa el objeto, no me HABLES en ese tono de la belleza de la composición de las páginas, tú dame el chute y dámelo ya. Aun así, esta convicción ideológica es ejercida con contradicciones: no me compraré un lector electrónico. Siempre he preferido la bici real a la estática.
5. El sadismo
Hola, me llamo Lucía y en ocasiones hago pequeños agujeros en las páginas de mis libros y subrayo párrafos enteros con bolígrafo. Ver apartado anterior.
6. La curación
Una vez aceptada la enfermedad -nota: el primer paso hacia la curación, contrariamente a la opinión popular no es reconocerlo, sino tener que hacer inventario de tus libros para una mudanza y oirte decir “pero puedo ponerlos en tres filas en las estanterías si hace falta, mi amor”-, lo importante es aprender a comer bien. Y eso no pasa por regímenes estajanovistas (sí, ya lo sé: un libro por semana, alternando novedades y clásicos. Lo he probado y no funciona).
De hecho, un bibliofago se reconoce perfectamente con los demás de su tribu por exclusivamente una razón: el odio violento hacia los falsos sibaritas, a los vegetarianos de la literatura. Muéstreme usted a alguien que dice “yo es que ya no leo ficción, solo ensayo” y le enseñaré a un auténtico gilipollas. Pero es más, cuando el energúmeno esté diciendo eso, mire a su alrededor. Si ve a alguien más alzando una ceja, lo más probable es que sea un compañero que alguna vez se estuvo quemado las pestañas a deshora con toda la serie de El Autoestopista Galáctico y no fue a trabajar al día siguiente (escalofriante testimonio real y autobiográfico, una vez más).
Y ahora es cuando alguien me abraza y me da un caramelo, ¿verdad?
Publicado originalmente en CLIFT #2 BIBLIOFAGIA
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Este texto es BRUTAL.