Esto fue escrito en el hotel Rívoli y sale Eddy.
Y llegaron las chicas y atronaba el jazmín.
-el jazmín no atrona, Lijtmaer.
-este es mi texto y si yo digo que atronaba, es que atronaba.
Y así.
Era una tarde de febrero y las cuatro en un hotel. Y ella
le dijo, coqueta, “cásate conmigo”. Y él contestó, práctico y rápido:
“Ni loco”.
Y las chicas, con las mejillas arreboladas. Los hombres, aturullados
por las chicas, y las chicas en realidad son buenas e incómodas.
Te has sacado el máster en vampiros, y todas muertas de risa.
Y una de ellas incómoda, incomodísima, muerta de risa.
“Lo que estás haciendo, nadie lo entenderá”. Y ellas, mondándose. Y él, dedicando canciones y ellas muertas de risa.
Qué más da, dice una. Qué más da.
Y todo, fragante, como el jazmín, como el toque de queda. Un hombre
bueno se aturulla, y ellas saben que queda poco tiempo, vamos, que
queda poco tiempo, vamos, que un par tienen canguro y cosas mañana, y
listas, y listas de la compra. Y se ríen, una vez más. La risa es más
fuerte, más alta, más burlona.
“este no era el plan”, dice una y el hombre se deshace. Las
chicas, enternecedoras, duran lo que dura el jazmín.
Duran lo que dura él, con su farol.
Y se vuelven a reír, parecen hirientes y son buenas.
Vamos, que nos tenemos que ir,
vamos, y uno habla y nos doblamos de risa, y todas tan buenas…