«A la cuarta generación de Ralston apenas le quedaban convicciones, salvo un exacerbado sentido del honor para cuestiones privadas y comerciales. Cada día juzgaban a la comunidad y al Estado según lo hiciesen los diarios que, por supuesto, desdeñaban. Los Ralston contribuyeron escasamente a forjar el destino de su país, aunque ayudaron a sufragar la Causa en los tiempos en que hacerlo no resultaba arriesgado. Estaban relacionados con muchos de los prohombres que habían levantado la República, pero ningún Ralston se había comprometido hasta el extremo de asemejarse a ellos (…). Y, pese a todo, a fuerza de ser tan numerosos y semejantes entre sí, habían llegado a tener peso en la comunidad».
Edith Wharton, La solterona. Traducción de Lale González-Cotta