Soñé que ella era más joven y se había curado. Duró un segundo.
En mi sueño ella ya no tenía el pelo corto y ralo, su nariz era larga y estaba llena de pecas y sus ojos ya no eran de ese verde cenagoso, sino azules como el cielo.
Soñé que me contaba como había dejado de estar enferma, y me describía exactamente cuando había dejado de sentir dolor. “Pálpame el abdomen”, decía, y su rostro era puro y transparente, y sus manos ya no tenían surcos y su voz era dulce.
Soñé eso y me libré de la culpa, pude verla como una persona entera, libre, fuerte, y en esa extrañeza me desperté y yo volví a ser yo, una asesina.
Soñé que ella estaba bien y me alegré. Yo, que le había causado la muerte. Yo, que la había matado.